¡No!, dije, esto no va a funcionar, aunque haya mirado con esos ojos ingenuos. Estaba de novia con un sueco hacía seis años. No tenía sentido dedicarle pensamientos a un amor difícil: tenía su foto en la billetera. A mi pesar fui reservado y distante con ella.
Una tarde me dijo que se iba, sin ampliar qué significaba irse. Un dedo índice se clavó en mi tórax impidiendo circular el aire.
Días después nos vimos y la invité un café. Aceptó. Nos sentamos ¿Un café?, preguntó. Pedimos cerveza y tomamos varias. Salimos del bar de noche, con la borrachera ligera y grata que antecede recuerdos indelebles. La acompañé a la parada del colectivo, allí me agarró del cuello, me dio la nuca contra el poste y me besó con pasión. Al rato estábamos en casa, entregados.
Desconcertado, como al ver matar la mano decisiva con un ancho falso, en la oscuridad oigo: “No”. La miré en silencio, con los ojos abiertos como si tras un momento de hipnosis hubiese escuchado ¡despertá! No entendía. No sabía qué hacer. Intenté comprender algo incomprensible. Era tarde, vivía lejos. “Dormí en mi cuarto, yo me tiro en el sillón”. Podemos compartir la cama, sugirió. Cerré la puerta y sin responder la dejé adentro, mirándome, mientras se quitaba las botas.
Por la mañana el día estaba gris y llovía, fui a verla y la cama estaba vacía. Quedó una nota sobre la almohada, como constancia de que nada fue una ilusión.
Ayer, ocho meses después, recibí un mail de Catalina, llega a Buenos Aires en tres días y quiere verme.
¡Si!, dije, soy un imbécil. Salí del departamento de Dominique y me metí en el bar. Me tomé un Cinzano con hielo de un tirón y quedé parado en la esquina, mirando la ventana iluminada del primer piso, con el baso vacío en una mano y la otra tomándome la nuca. Meses esperando una situación como esa con mi profesora de francés. No avanzaba con su lengua, sólo pagaba las clases para estar con ella una hora por semana.
Recibí su mensaje, cuando oscurecía, cruzando Plaza de Mayo. Me decía que se volvía a Paris. La llamé inmediatamente. ¿No me puedo ir de vacaciones? Al regreso continuábamos. Cerré los ojos y exhalé. Voy para tu casa y me contás. Te espero, respondió.
Estuve un rato en su departamento, chachareando. Insistió en que me había dicho que se iba, yo ni lo recordaba. Vi Ficciones en la mesa, no era un fetiche lo mío con ella, no era amor, era algo más. Intercambiamos novedades cinematográficas, me mostró lo mal que tocaba el hukelele y minutos después me acompañó a la puerta. Bajamos las escaleras del primer piso, metió la llave en la cerradura y ella, invariablemente lejana, se despidió de mí con un abrazo intenso, sin fuerza, excitante, que hizo que quedara con mis brazos suspendidos y mis manos abiertas, mirando la pared y viendo nada. La puerta se cerró frente a mí y subió las escaleras. Desapareció.
A la vuelta, titán.
Ayer recibí un mail de Dominique, se queda en Francia. En septiembre se casa con un sueco.
Cosme J. U. Zacantti.
Difícil lidiar con las vueltas del destino.
ResponderEliminarLa cantidad de acciones que describen la historia le da un dinamismo que hace más inesperado el final.
Te felicito
Graciela B