-Lo que pasa es que él es piscis y vos libra- dijo la rubia tetona-. Es complicado.
Las demás mujeres asintieron. Yo las imité, con mi mejor cara de preocupación ante el funesto pronóstico para mi relación imaginaria.
No es que me guste mentir, pero a mis treinta y pico descubrí que no se puede estar sola sin generar preocupación y que la gente tolera mejor una relación desastrosa que una solterona con nada de apuro. Es por eso que, cada vez que tengo que contestar el temible cuestionario sobre mi estado sentimental, recurro a un “algo hay, pero es una relación difícil”.
Generalmente, esa respuesta conforma, y, aliviados, todos pueden seguir tratándome como a una terrestre común y corriente. Suele aparecer alguien con mayor curiosidad; en esos casos, hago un puchero y digo que prefiero no hablar. Listo, nadie quiere a una desconocida llorando sobre su hombro en público.
La rubia tetona era del grupo de los curiosos, y la pregunta que siguió a mi “sí, estoy con alguien, pero...”, fue “¿y qué día nacieron los dos?”. Apelé a mi pasado, rescaté mi última relación, la cual había sido completamente desastrosa, y pasé mi fecha de cumpleaños y la de ese ex.
Las demás mujeres analizaban mi desgracia y yo empecé a mirar de reojo la hora. Mi amiga Nina estaba atrasada y ella era la única razón por la que me encontraba allí. Había insistido en que la acompañara a ese taller íntimo de expresión artística, a liberar nuestras locuras por medio de un pincel y acrílicos de colores, cosa a la que me había negado rotundamente; pero Nina sacó a colación aquella vez que me acompañó tres horas para sacar entradas para un recital, y no pude decirle que no.
Habíamos quedado en encontrarnos en el lugar, pero ella no aparecía. Las demás señoras ya habían sacado sus útiles, la tetona prendía un sahumerio y música extraña.
Al fin mi celular sonó con la respuesta de Nina. Se le había hecho tarde.
La rubia me dio una mirada de reproche, no estaba bien llevar prendido el celular, ese era un lugar de recogimiento y no había que envenenarlo. Pedí disculpas, dije que era urgente y salí.
Estaba furiosa con Nina: primero, por hacerme esperar, segundo, por llevarme a ese lugar sabiendo todo lo que detesto esa onda new age de horóscopos, recogimientos interiores y afines. Esperé un rato, pero me estaba cansando y, además, se me ocurrían un montón de cosas más interesantes para hacer en lugar de estar allí.
Al fin decidí marcharme y no hablarle a Nina nunca más; al menos por esa semana. Cuando empezaba mi camino, apareció corriendo.
-¡Eh!, ¿te vas?- dijo.
La miré bien seria.
-Sinceramente, creo que lo nuestro no va a funcionar- le dije, antes de dar media vuelta para correr hacia el 39 que acababa de frenar a unos metros. Algo contestó, pero no la escuché; tal vez fue un trueno, o el motor de algún coche. Estaba nublado y me pareció sentir una gota en la nariz. O me había meado un pájaro, o se iba a largar a llover. Por supuesto, yo había salido sin paraguas.
Celestina Lang